Foto: The Dark Flack |
El Nene y los dioses personales
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Por Caro Sánchez Iturbe
Martín Schneider, El Nene, es uno de esos personajes extraños que tranquilamente podrían cohabitar en algún cuento sucio y suburbano a la par que en una leyenda silvestre y pueblerina. Mezcla justa entre vampiro de noches interminables y meditabundo envuelto en arboledas absorbentes. Uno de esos hombres que es capaz de contar qué sucedió aquella vez que incendió una capilla y cómo era la geografía de su pueblo natal sin necesidad de, para ello, modificar el semblante.
La vida del Nene estuvo atravesada por la iglesia. Sí, por la iglesia. Hijo de pastores evangelistas, creció literalmente dentro de un templo. Tanto así que su primer paso por la música fue en una banda que tocaba heavy metal mientras cantaba letras cristianas, cosa que, para la época y para un público “bastante conservador”, era lo suficientemente revolucionaria. Es que en aquel momento, el descubrimiento de Logos, la agrupación metalera creyente, se presentaba como el mejor camino de escape. “La escuchaba con efervescencia”, dice para luego entonar “ven a la eternidad, si puedes creer” y escupir un “fuck you” sin escalas. Es que, claro, eventualmente el Nene se reveló.
“Salí de la iglesia. Me di cuenta de que dios es la bondad de cada uno, uno no tiene porqué ser malo. Y ahí empezó otro mambo con las bandas. Lo único que mantuve fue el amor por la música clásica. En casa, se escuchaba música clásica y cristiana, pero cristiana facha. Así, los dos varones de la familia salimos un desastre. Y yo peor… tengo toda la cara marcada de cicatrices”, asegura entre risas dejando que sus dos dientes de lata se exhiban como trofeo, todo para después contar como “el vozarrón, los experimentos de sillas tocando contra algo y las letras espirituales” de Tom Waits lo cautivaron, abriendo un nuevo panorama en el que aparecerían más músicos capaces de producir transformaciones en su vida. “Aphex Twin me cambió. Yo era híper anti electrónica y cuando lo escuché me di cuenta de que ahí había una cosa increíble. Y después, el que terminó de volarme fue Fela Kuti. Él era un Bob Marley mezclado con un Che Guevara. Su historia me chingó la cabeza. Me faltaba un huevón más del mundo musical. Siempre hay uno más”, asegura y recomienda: “Acuérdense bien de él”.
A partir de la rebeldía, llegaron los días en los que Martín comenzó a deambular entre colegios secundarios y a establecer nuevos vínculos. De ese modo, en la escuela de arte de Comodoro Rivadavia se encontró con Shaman Herrera y con otros tantos personajes que hasta el día de hoy lo acompañan. “Comodoro es cementerio indio. Ahí hay algo con los muertos. Por eso de allá sale gente así”, dice intentando explicar ese nexo que lo une afectiva y creativamente con las mismas personas desde hace más de una década y media, dispuesto a narrar como tiempo después de conocer a Shaman terminó conviviendo con él en La Plata y estudiando Filosofía: “Como no sabía qué hacer de mi vida, me anoté en la facultad y pasé cuatro años ahí. Conocí a otra gente muy espectacular que me abrió más la cabeza. Las relaciones te cultivan más el cerebro que la facultad. Yo venía de una institución y no quería más instituciones, así que a la mierda”.
Durante la estadía del Nene en La Plata, que se extiende hasta hoy, los proyectos musicales brotaron dando paso a Shaman y El Nene, el dueto musical que jugaba y experimentaba con los sonidos y el público; a El Nene y los metralleta, que se alimentó de una gran cantidad de músicos amigos que a la par tocaban en La Patrulla Espacial, Él mató a un policía motorizado, Shaman y los hombres en llamas y Prietto; y ahora a La Antropofónica, la orquesta de afrobeat a la que Schneider le pone la voz y donde, jura, está aprendiendo a cantar. Pero además en los días de la ciudad con calles numeradas, aparecieron las noches interminables en las que los recitales de La Patrulla Espacial, la banda en la que el hermano del Nene toca el bajo, se presentaron como el ámbito de delirio ideal. “En los recitales de La Patrulla ves algo serio, loco, fuerte, pensado, natural. Ahí encuentro violencia mezclada con armonía de amistad”, sostiene mientras recuerda las madrugadas alucinógenas en las que él solía subir al escenario a gritar “cagando a pedos a todos”, desvestirse y provocar incendios “para hacer dibujos” en el asfalto al terminar los shows porque “con La Patrulla llega un punto en el que es tanto lo que pasa que sentís que ya no lo resistís más”.
Ahora y aunque ya no tome más por asalto el escenario de La Patrulla Espacial porque ya hizo “todas las que tenía que hacer con ellos” y porque “El Nene ya está creciendo. Mierda, boludo, ya estás grande, dejate de poner en bolas, come on, baby”, los vínculos que el rock le regaló a Martín permanecen igual de estrechos que cuando todavía vivía en Comodoro Rivadavia. “Somos un grupo de gente en el que nadie es más que el otro. Vamos en grupo. Es como que salimos juntos a atacar el modernismo argentino, cada uno con su estilo pero respetándonos, y eso es lo más groso que tenemos”, reflexiona.
“Jamás pararía porque la vida te para sola”, dice El Nene mientras explica que aunque ya no sea parte de shows extremos con la banda de su hermano, la acumulación de vivencias sigue intacta. “Creo que recién me di cuenta de lo que soy hace dos años. Fue una búsqueda de casi 30. El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. León con ira es sabiduría. Hay que enojarse. En una de esas enojadas, me encontré y me dije si soy esto, para qué mierda dar vueltas. No quiero ser ni petrolero, ni carpintero, ni mezclador. Quiero cantar”, asevera convencido para luego afirmar que él no sólo es el hombre capaz de devorarse noches enteras y convertir a las tardes en viajes por profundas madrugadas, sino que además es el niño que sacaron del pueblo: “Nací en Chile Chico, un lugar donde todas las mañanas desde la montaña caía un cóndor que se llamaba Charly. Por eso me dicen Nene, porque nunca crecí, nunca quise irme de ese lugar. De ahí quedé con la imagen de un cóndor que bajaba despacito, dando vueltas hasta que aterrizaba y se quedaba a pasar la mañana. Y a la tarde cuando se iba, era un espectáculo. Todos salíamos a verlo porque abría las alas y empezaba a correr hasta que remontaba vuelo. Es la imagen más linda que tengo de mi vida. Eso quiero yo. Quiero que la gente tenga la oportunidad de ver algo tan bello. Cuando canto, quiero ser ese cóndor que baja y admira”.
Hace poco, El Nene volvió en busca del cóndor y de la casa en la que nació. Se encontró con un Chile Chico con 50 barrios más allá y se perdió. Tampoco se topó con esa iglesia que a los cuatro años incendió. Pero su dios sí estaba ahí. “Estoy atravesado por un Jesucristo medio loco. My personal Jesus”, dice mientras fija la mirada y, sin cambiar el semblante, escupe: “No sé qué querés de mí”.
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