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La Plata, Buenos Aires

domingo, 1 de mayo de 2011

Fotografía de The Dark Flack
Desde hace tiempo, el artista plástico transforma con murales coloridos la ciudad. En esta nota, conversa con Agencia Nan acerca de cómo el street art puede ser una herramienta para la lucha feminista, un modo de combatir la inseguridad y un espacio de encuentro e interacción artística.
Por Carolina Sánchez Iturbe

La Plata, marzo 4 (Agencia NAN-2011).- “¿Por qué me tengo que comer tu pared blanquita? La pared de tu frente es de todos y si no te gusta, andate al campo o mudate a un country”. Luxor es de esos artistas que saben exactamente qué es lo que quieren. Lejos de pensar al arte desde una concepción meramente esteticista, él conoce que las pinturas que realiza en tiempo récord sobre los muros de La Plata pueden ser herramienta de lucha, de construcción de una sociedad más justa. Y como quien no cree en la posibilidad de esquivar al destino, con sus certezas a flor de piel, no gambetea al compromiso y, aerosol en mano, describe cuadra tras cuadra cuál es el mundo en el que quiere vivir.

La lucha de Luxor está definida desde ya un buen tiempo. Él es feminista y, como tal, sus trabajos encierran un mensaje que, según jura, es de las mujeres y para las mujeres. “La verdad es que si a esto que pinto yo lo hiciese una mujer, por ahí sería pensada como una loca. Ahora, como lo pinto yo que soy chabón, soy un copado. No soy copado un carajo. Para mí es muy fácil salir a pintar sobre feminismo porque a mí nadie me dice cosas en la calle, nadie me toca el culo, nadie me mira las piernas y nadie me mete el miedo de que algún día en mi vida me van a violar. Si lo hace una mujer, es una histérica, es una lesbiana que anda con pelo corto”, dice con convicción, para después confesar que le cuesta dibujar figuras que no remitan a una estética femenina.

Lo cierto es que la militancia de Luxor es de larga data. Cuando era un adolescente, conoció el anarquismo y pronto se sumó a las filas de distintas agrupaciones que miraban hacia esa forma de construcción política. Sin embargo, con el caso de Sandra Ayala Gamboa, la chica que fue violada y asesinada en 2007 en el edificio del ex Archivo del Ministerio de Economía que hay en La Plata y que hoy se convirtió en ARBA, conoció una nueva manera de abordar al mundo: la de las mujeres. “Me pareció que desde el feminismo se puede tener una lectura más amplia, contrariamente a lo que pasa con el anarquismo. Yo definiría a mi militancia como un anarquismo feminista cultural, que es algo así como hacer una lectura de la realidad desde el feminismo para entender que hay un sistema patriarcal y capitalista que puede ser solucionado desde la anarquía pero tomando como herramienta para esa construcción a la cultura”, explica. Desde entonces, las paredes de la ciudad se llenaron de muchachas que levitaban coloridas con cabellos revueltos y miradas firmes y de pájaros que encerraban en su seno a niñas de corazones bermellón, todos rodeados por frases más que contundentes, por leyendas que, por ejemplo, rezaban “cuando ellas avanzan, los machos retroceden”.

“Yo soy machista”. Sin inmutarse ante lo que podría parecer una fuerte contradicción en su discurso, el artista plástico asegura que una de las cosas más difíciles en el proceso de militancia artística es escapar de la impronta cultural de la masculinidad que desde la cuna lo marcó: “Todos los varones heterosexuales somos así, el tema es lograr la deconstrucción. Sucede que la construcción del machismo en un hombre es un proceso, entonces la deconstrucción de ese modo entender las cosas, también. Es un proceso largo y difícil, pero vale la pena porque el feminismo es una herramienta para defenderse de la opresión del patrón”. Entonces sí, Luxor se define como un hombre que comparte la causa feminista y que busca terminar con la sumisión que nace en esa espiral de violencia que no discrimina clases sociales y cuya raíz está en el ejercicio del poder. “Yo no muestro mi cara en las fotos que me toman con los murales porque ellos son pensados para el feminisimo, yo soy sólo el medio. Es importante que los hombres que estamos acompañando la lucha de las mujeres entendamos que criticar nuestro espacio de poder implica justamente corrernos de ese espacio de poder sin intentar ser la cabeza de la contienda. Si hay una revolución, va a ser de las mujeres, no de los chongos”.

Luxor sabe que la calle es el lienzo indicado, ese lugar desde el cual observar, decir, pensar y, de la mano del street art, lanzarse a lo desconocido para modificar el orden establecido. “Para mí, las cosas no se combaten desde dentro: o las compartís o las combatís, no se cambia nada por dentro porque ése es el primer paso para burocratizarte”, dice con voz firme, para después explicar que su trabajo consiste en producir variaciones que, a partir de breves bocanadas, sean transformadores: “Modificar el lugar de paso es modificar el paso de la gente que está de paso. Entonces, con eso provocás pequeños cambios en la vida de esa gente porque hacés que reflexione, que disfrute, que se ponga de buen o mal humor”. De ese modo, la intervención del espacio público se le presenta como “una fuerte decisión política”.

“Lo mejor de pintar en la calle es compartir, conocer gente, encontrarte charlando con una vecina, conocer su vida y su historia. Esto es un ataque a la inseguridad. Cuanto más color, más seguridad. Más rejas, menos color, menos seguridad”, dice el muchacho que lleva tatuada en uno de sus brazos la imagen de las mujeres que retrata en las paredes para pronto explicar que los ciudadanos suelen mirar con buenos ojos su trabajo, aunque esa situación vira cuando sienten que su propiedad privada puede llegar a ser atacada.

Abocado a una forma artística que no suele tener retribución económica, Luxor encontró la manera de costear sus pinturas urbanas alentando, al mismo tiempo, la contribución colectiva. Así, cuando alguien lo llama para decorar el patio o alguna parte de su casa, él le pregunta con cuánto puede colaborar y, dejando en claro que el trabajo puede costar menos dinero, plantea que el restante servirá para solventar el trabajo en la vía pública: “No me pagan la mano de obra, compran aerosoles para que pinte en la calle. Entonces, automáticamente, esa persona está financiando mi obra. A esa plata no la uso para otra cosa, esa plata es de aerosoles, está destinada al arte popular, a pensar el arte en la calle. No quiero esa plata para mi vida porque estaría mintiendo”.

Ahora Luxor sueña con una FLIA de graffiteros, un espacio donde puedan reunirse para, pintando, transformar a la ciudad. Con algunos ensayos de lo que él denomina como Intervención Magenta realizados durante el año pasado, hoy espera lograr un grupo dinámico que abogue por el arte popular y en el que puedan integrarse también artistas pertenecientes a otras ramas: “Este año quiero que se sume gente que haga música, abrir un poco la propuesta. Quiero hacer murales, invitar DJ’s y que la gente vaya a bailar. ¿Por qué no podemos bailar los días de semana, mierda? ¿Por qué tenemos que esperar al sábado para descocarnos?”

“Mi idea es que la gente active, compartir en la calle. Puede a nadie gustarle lo que hago, poco me importa, el tema es que agite. Por eso, para mí es tan arte la gente que sale a escribir en la pared blanca dale boca, dale lobo como lo que hago yo. Estamos todos resignificando la calle”, sostiene mientras planea nuevos modos de encuentro artístico en la vereda en los que, otra vez, pueda compartir el espacio con diversos artistas que incluso tengan maneras muy diferentes a la suya de mirar y plasmar al mundo en las pinturas, pero que estén dispuestos a, uno al lado del otro, transformar la cotidianidad: “No quiero que piensen como yo. Ahora, yo voy a pintar una mujer: sea pajarita, bichita de luz, va a ser una mujer, no va a ser chongo”.

Blog: http://soyluxor.wordpress.com/

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